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Su muerte se produjo en la
soledad del exilio, lejos de la tierra que lo vio nacer, en un rincón
de Caracas, olvidado de sus compatriotas y sumido en la más negra miseria, después de padecer de una agotadora enfermedad
que lo convirtió en un espectro.
Contaba con 63 años y parecía tener más de
ochenta. Una vida de enfermedades, privaciones y sacrificios lo habían reducido
a esa penosa situación.
Sus restos descansaban en una humilde sepultura, donde permaneció en espera de que
sus compatriotas lo llevasen a su
patria, como su deseo había sido el que se le enterrase en tierra dominicana,
sus hermanas se encargaron de cumplirlo.
Pero hubo que esperar ocho años antes de que fueran
repatriados sus restos, y sólo entonces se le tributaron los honores que
merecía un padre de la patria.
Así murió Duarte, el que amara a nuestra Patria con
“alma, vida y corazón” El que sacrificara dos veces su patrimonio familiar para
hacemos libres.
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