sábado, 20 de junio de 2015

Se intensifica el éxodo voluntario de decenas de haitianos a su país

Juan Eduardo Thomas
Jimaní, Independencia. Marcel lleva tatuados en su vida los jueves calendarios. Hace 22 años le pagó a un “buscón” 15,000 pesos para llegar sin documentos a Santo Domingo. Y el pasado jueves 18 tomó junto a su esposa la decisión más difícil de sus vidas: regresar al amanecer a Haití de forma voluntaria, tras dos décadas de vida en República Dominicana.
Marcel Marcy y su esposa se acogieron al Plan Nacional de Regularización para residir en legalidad, pero las amenazas de que sus ajuares, esos que ayer atestaron en un camión, serían robados y repartidos entre “los tígueres” del barrio, les vencieron.
Cuando a Leslie, su esposa, se le pregunta si habló con los seis hijos que deja en la capital para despedirse, no responde… hasta que suspira.
Se pierde y comienza a quebrarse desde adentro, en escalada, y sus ojos se van a rojo, y parpadean con insistencia.
Y estallan. “Es muy difícil para mí”, dice Marcel. “Yo tengo dos días después de esa vaina (cierre del Plan Regularización) que no puedo dormir, cuidando mi vida porque los ‘tígueres’ dizque se van a meter en la casa”.
Cada día después del miércoles 17 de junio, entre 4 y 8 mudanzas voluntarias han pasado el puesto fronterizo de Jimaní, y entre 10 y 15 el de Comendador, en Elías Piña, cuentan los inspectores de Migración de ambas zonas.
Familias
Los datos del Servicio de Jesuitas para Refugiados son mayores: entre 35 y 50 familias han regresado a su país por cada punto fronterizo, pese a que algunos incluso lograron inscribirse en el Plan Nacional de Regularización, la medida migratoria de República Dominicana que cerró sus registros el pasado miércoles, despertando todas las alarmas de masivas deportaciones.

Registrados
Quienes se acogieron a ese Plan que impulsa el gobierno dominicano fueron 288,466 migrantes extranjeros, la mayoría haitianos, según el ministerio de Interior y Policía, entidad que regentea el proceso migratorio dominicano.

Uno de esos tantos inscritos fue Marcel, de 35 años, que terminó en Neyba cuando su “buscón” le timó y le dijo que el dinero no era suficiente para llevarle a la capital, la tierra prometida.
Vivía de la venta de limones y guineos que previamente adquiría en la frontera, la misma que hoy cruza para asegurar su vida, la de su esposa y su hijo más pequeño, que se va con ellos.
 EL TEMOR A PERDER SUS PERTENENCIAS 
El temor de los migrantes, comenta Pedro Cano, encargado del Servicio de Jesuitas en Jimaní, es ser detenidos, procesados y repatriados, y perder todos sus enseres, los que, buenos o malos, muchos o pocos, han adquirido a puro trabajo, con el agrio de los limones y el sabor de los guineos, por ejemplo.

En Elías Piña vivió “José Perdomo”, como le gusta que lo llamen, por quince años.
Trabajaba construcción y no pudo inscribirse en el plan migratorio porque cuando intentaba movilizarse hasta San Juan de la Maguana en los puestos de control del Ejército lo detenían y lo obligaban a regresar.
Ahora parte con sus hijos de 9, 6 y 1 año, y su esposa, con el dinero justo para pagar 40 gourdes por el acarreo.

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