lunes, 8 de junio de 2015

ALGO MÁS QUE PALABRAS EL VERDADERO PROGRESO QUE QUEDA POR LLEGAR

            
            Los seres humanos tenemos una gran asignatura pendiente, que no es otra que el retorno a una cultura modelada por los abecedarios nativos de un corazón auténtico, para que podamos entender el lenguaje del amor, y nos despojemos de una mentalidad que todo lo divide, en lugar de fraternizar; que todo lo fundamenta en la sospecha, en la confrontación y en la rivalidad, en vez de vincularlo al don de la reconciliación y a la grandeza de un impulso armónico. Lo que desde un punto de vista egocéntrico, puede parecernos imposible, irrealizable y, tal vez, hasta inaceptable, otro espíritu más desprendido puede hacernos comprender que la tolerancia es la mejor virtud para sanar cualquier herida. Evidentemente, hemos de volver a conectar con el pulso de un ánimo níveo; además tenemos que propiciar entendimientos, dejarnos envolver por esa sintonía armoniosa entre ascendientes y descendientes, para poder restablecer un clima de sosiego mayor del que conocieron nuestros antepasados. Este es el verdadero progreso que queda por llegar.


            Ciertamente, no podemos dejarnos tranquilizar por estos poderes mundanos, tan injustos como escandalosos en la mayoría de las veces, es necesario proceder a testimoniar otros mensajes más reconciliadores con la propia especie humana. Por eso, siempre es bueno que se reanuden conversaciones, aunque sólo sea para poner fin a acciones unilaterales que erosionan la convivencia. Las detenciones arbitrarias, que por cierto cada día se producen con más descaro por todo el planeta, han de poner fin en un mundo de ciudadanos  libres. Cada persona tiene derecho a tener voz y a ser oída. Al respecto, resulta bochornoso que diversas autoridades internacionales de máxima solvencia,  vengan reiterando desde hace un tiempo la llamada a las autoridades venezolanas para que pongan en libertad a todos los recluidos por el simple hecho de ejercer el derecho a la libertad de expresión. Convendría recordar a todos los pueblos, pues, que el progreso es la superación de todas las dependencias, es avance hacia esa autonomía que todos nos merecemos por cuestión de dignidad. Jamás trunquemos las alas del pensamiento a un semejante nuestro. Sería como cerrarnos caminos.

            Cuando el ser humano piensa únicamente en sus propios intereses, cuando se deja fascinar por los ídolos del dominio y del poder, resta independencia, y en lugar de abrirse la puerta a la esperanza, se abre la puerta a la violencia. Sin duda, en cada agresión hacemos renacer lo peor de nosotros y es como una vuelta a nuestro estado salvaje, del que debemos salir más pronto que tarde. A propósito, un nuevo informe regional de Naciones Unidas presentado recientemente en Bruselas, muestra las grandes barreras que afrontan los menores en la búsqueda de soluciones para hacer justicia por los abusos y discriminación que padecen. Desde luego, una sociedad que no logra hacer justicia, auxiliar a los que sufren, difícilmente se humaniza. De ahí lo importante que es reprender a los subversivos, reanimar a los temerosos, incluir a los excluidos, sustentar a los frágiles, instruir a los mezquinos, avivar a los débiles, moderar a los ambiciosos, estimular a los perezosos, reprobar a los malos, liberar a los oprimidos, esperanzar a los pobres; y, a  pesar de los pesares, amarlos a todos. No perdamos la esperanza. El final del ser humano no puede ser perverso a poco que cultivemos el amor, aunque no sea a jornada completa, pero si lo conjugamos con el amar para todos los tiempos y edades, seguro que encontramos algo prodigioso.

            En consecuencia, lo que nos hace progresar, puede que esté en no esquivar sufrimiento alguno, sino en la capacidad de aceptar los sinsabores, en madurar con ellos, para reencontrarnos con nuestras propias raíces humanitarias. Quizás nuestra grandeza esté anclada esencialmente por su relación con el sufrimiento y con el que sufre. Sin obviar de que todos tenemos una estrella, que antes o después nos engrandece. O sea que nos asciende. A lo mejor hemos vencido al propio mundo nuestro sin apenas darnos cuenta, ese que pensábamos instaurar como perfecto y que ahora, como ayer y acaso mañana, se tambalea. Seguramente para regresar al universo de la poesía, con el que personalmente sueño a diario, tengamos que ser más conciencia que cuerpo, más hálito que endiosamiento, más comunión que desunión, más de los demás que de nosotros mismos en definitiva.   
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor

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